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En el metro

by Beardavid69


Me presentaré. Me llamo Juan David, tengo 55 años y trabajo de representante para una casa comercial. Voy a relatar lo que me sucedió un día al volver del trabajo. Suelo viajar en metro, pues no tengo coche. Aquel día había sido un día tranquilo en el trabajo, así que regresaba bastante relajado. El metro a esas horas suele ir lleno de gente, y aquel día no era distinto. Cuando el metro llegó a la siguiente estación, empezó a subir mucha gente. Entre todos los que subieron me fijé en un hombre maduro, unos 65 años. Era fuerte, con la mandíbula cuadrada y el cuello ancho. Su cabello era entrecano y espeso. Llevaba una camisa blanca abierta en sus botones superiores, lo que permitía ver la mata de pelo negro salpicado de pelos blancos que asomaba por ella. Aunque había mucha gente en el vagón, se las apañó para abrirse paso hasta quedarse justo delante de mí. Yo creo que no se había fijado en mí, así que fue una suerte que acabara tan cerca. Bajé la vista y me fijé en su mano derecha, grande y peluda. Llevaba una chaqueta sujeta y quedaba a escasos centímetros de mi entrepierna. Solo tendría que moverme un poco para que su mano me rozase. Levanté la vista y me fijé en el pelo de su pecho. Era espeso y le llegaba casi hasta el cuello. Aquello me gustaba mucho. Lástima que seguro que era hetero. Entonces le miré a los ojos y vi con sorpresa que me estaba mirando. Mi corazón se puso a latir a toda velocidad. Aparté la vista avergonzado, pero notaba en mi pecho los latidos veloces. El vagón dio una sacudida al pasar por una curva y noté el roce de su mano. Le volví a mirar, pero él estaba mirando a otro lado. Decidí arriesgarme y aprovechar el movimiento del vagón para rozarme ligeramente con su mano. Comprobé que no la apartaba. Bajé la vista para deleitarme en la mata de su pecho. Bajo su camisa se adivinaban los pezones. Me moví un poco para intentar ver alguno por el hueco de sus botones, pero no tuve suerte. Entonces su mano me volvió a rozar la entrepierna. Esta vez no había sido por los zarandeos del vagón. Cruzamos una mirada de entendimiento. El vagón iba tan lleno que nadie podía ver lo que sucedía allí abajo. Me aproximé un poco más y su mano presionó contra mi bulto, que seguro que ya empezaba a hacerse patente bajo el pantalón. Movió su mano para palpar mi verga, que comenzaba a ganar en rigidez. Yo quería ver su bulto, pero por la posición que tenía me resultaba imposible. Sin embargo sí me las pude arreglar para palparle la pierna, intentando aproximarme a sus nalgas. Veía su pecho moverse con la respiración profunda y relajada, al contrario que la mía, agitada por la situación. Su mano se movía sobre mi bragueta y acariciaba mi verga a través de la tela del pantalón. En cada estación se subía y se bajaba gente, pero el vagón seguía tan abarrotado como antes. De pronto me di cuenta de que me había pasado mi estación. No importaba, quería ver en qué acababa aquello. Nuestras miradas se cruzaban de manera furtiva. Sus ojos eran color castaño claro. Yo sentía sus caricias y no podía dejar de pensar en lo bueno que sería poder desnudarlo y tocar su cuerpo. El tren llegaba a otra estación, y él me lanzó una mirada antes de empezar a abrirse paso hacia la puerta. Decidí seguirlo. En cualquier caso hacía rato que había pasado mi estación, así que no tenía sentido que continuara en el tren. Cuando se abrieron las puertas, nos bajamos del vagón junto con otros pasajeros. Estábamos en un barrio en el que yo solo había estado un par de veces. El miró de reojo, como para asegurarse de que yo me bajaba también. Se dirigía hacia la calle, y yo le seguía los pasos. Aproveché para contemplar su espalda, ancha y fuerte. Sus nalgas se veían redondas. Caminaba con paso decidido. De pronto, aminoró la marcha y dejó que yo lo alcanzara. Al ponerme a su altura, se volvió hacia mí. -“¿Quieres venir?”. Su voz era profunda. -“Claro”, respondí. -“Vamos, no vivo lejos de aquí”. Fuimos caminando por un par de calles hasta llegar a un portal con una puerta de hierro forjado. Sacó las llaves y abrió. -“Pasa. El ascensor está a la derecha”. Entré en el portal y me dirigí hacia el ascensor. Abrí la puerta y lo dejé pasar antes de entrar yo. -“Es el tercero”, me dijo. Pulsé el botón del piso y cuando me volví lo tenía muy pegado a mí. - “Quiero besarte”. No me lo tuvo que pedir dos veces. Me moría de ganas de besar aquellos labios tan hermosos. Nuestras lenguas jugaban a explorarse como queriendo reconocerse. El ascensor se paró en el piso. Salimos al rellano de la escalera y él buscó las llaves del piso sin dejar de besarnos. Abrió la puerta y entramos en su casa. Tiró la chaqueta que llevaba en la mano sobre una silla y nos abrazamos. Mis manos acariciaban su espalda mientras él apretaba mi cuerpo contra el suyo. Bajé por su espalda hacia la cintura y pude tocar sus nalgas y apretarlas con fuerza. Noté su verga apretarse contra la mía. Me separé y empecé a desabrocharle la camisa. Su pecho estaba completamente cubierto de pelo. Me lancé a lamerle los pezones. El gimió de placer y con sus manos en mi nuca me hundió la cara contra su pecho. Podía oler su aroma de macho y eso me excitaba aún más. Mientras seguía mordisqueando sus tetillas, desabroché su pantalón. Acaricié su enorme bulto bajo el calzoncillo blanco que llevaba. Sin dejar de lamer sus pezones, bajé la prenda hasta las rodillas para liberar su enorme verga. Era gruesa y estaba tremendamente rígida. La cabeza de su pene era aún más gruesa, de color rosado intenso, húmeda y brillante. Agarré su miembro con mi mano derecha y al instante brotó una gota de líquido transparente. Me apresuré a recogerlo con la punta de mi lengua. Qué delicia. Introduje la punta en mi boca y comencé a jugar sobre él con mi lengua. Mi mano izquierda apretaba sus nalgas, bien prietas, y con la derecha tomé sus huevos, enormes, que colgaban bajo su verga. -“Oh, sí, cómemela”- dijo, y con un movimiento de cadera me la clavó hasta la garganta. Empezó a moverse rítmicamente y yo trataba de acompasar mis chupadas a las embestidas de su polla. Sus huevos se movían como un péndulo y me golpeaban en la barbilla cuando su miembro me entraba hasta la garganta y mi nariz se hundía en el bosque de sus pelos. -“Espera, no quiero acabar todavía”- gimió. Saqué su verga de mi boca y empecé a lamerle las bolas peludas. Eran realmente gordas. Intenté meterlas en la boca pero no me cabían las dos a la vez, así que las fui chupando alternativamente. Su verga estaba sobre cara, y dejaba escapar gruesas gotas de líquido preseminal. Con mi mano izquierda fui explorando la raja entre sus nalgas. Con el dedo índice iba buscando su agujero para acariciarlo. El se inclinó ligeramente hacia adelante para facilitarme el acceso. Comencé a masajearle su agujero y sus gemidos se hicieron más intensos. -“Sí, cabrón, quiero que me folles. Déjame verte” Aquello me sorprendió, porque pensaba que sería activo y querría follarme a mí. Soy versátil, así que adapto bastante bien, y la idea de follar a aquel macho me excitó aún más. Me levanté y dejé que me quitara la chaqueta y la camisa. Yo también soy bastante peludo, aunque no tanto como él. -“Qué rico estás”- y empezó a chuparme los pezones. Entonces él repitió la operación que yo había realizado antes con él, y me bajó el pantalón sin dejar de comerme los pezones. Cuando descubrió el calzoncillo, una enorme mancha de líquido preseminal se destacaba en el centro. Bajó la última prenda y se introdujo mi verga en su boca. -“Qué bien lo haces, macho”- suspiré. Su boca era cálida y con sus labios apretaba todo el tronco mientras su lengua excitaba el glande. Empezó a chuparme la polla con auténtica ansia. Ambos gemíamos de placer y yo sabía que no aguantaría mucho sin correrme. -“Vamos a la cama”, dijo él. “Quiero que me folles”. Me cogió de la mano y fuimos a la habitación. Nos tumbamos en la cama y empezamos a abrazarnos y besarnos, ya completamente desnudos. Mis manos paseaban por su espalda peluda y enredábamos nuestras lenguas. -“En el cajón hay crema”- me dijo. Yo abrí el cajón y encontré el bote de lubricante y una caja de condones. Él se puso a cuatro patas y yo me coloqué detrás de él. Separé sus nalgas y vertí una cantidad generosa de crema sobre su agujero. Con el dedo fui extendiéndola y lubricando bien por dentro. Me puse un condón y eché un buen chorro de lubricante sobre mi polla. -“Ten cuidado, por favor”- dijo. -“Tranquilo, iré poco a poco”. Coloqué mi verga entre sus nalgas abiertas, y la froté sobre su agujero para extender bien la crema. Entonces hice un poco de presión para que entrara un milímetro. -“Relájate”- ordené. El obedeció y su agujero se abrió un poco más. Presioné muy suavemente para introducir un milímetro más. Mi polla también es gruesa, así que sé que tengo que hacerlo con cuidado. La mantuve ahí durante unos momentos, mientras le acariciaba su espalda. Cuando noté que se relajaba, la introduje un poco más. Cuando ya había penetrado un centímetro, empecé a sacarla y meterla de nuevo lentamente, para que se fuera acostumbrando. Eso le hizo relajarse, porque a los pocos minutos ya tenía la cabeza casi completa dentro. Eché un poco más de lubricante, y volví a presionar. Por fin entró todo el glande, y a partir de ahí fue mucho más fácil. Su agujero ya estaba completamente dilatado, así que empujé lentamente para metérsela del todo. Con mi polla dentro de su agujero, me recosté sobre él y le abracé. Le besé en el cuello y en las orejas. Con mis manos busqué sus tetillas para acariciar los pezones, que seguían duros después de mis lamidas. -“Fóllame”- rogó él. Empecé a moverme, suavemente al principio, y cada vez con más fuerza. Le agarré por los hombros para sujetarle mientras embestía su culo peludo. El jadeaba y gemía con cada embestida. Yo notaba que se acercaba el momento. -“Me voy a correr”- grité. -“Echame tu leche en la espalda”- quiso él. Quité el condón y un chorro de leche saltó sobre su espalda hasta su nuca. El orgasmo fue realmente intenso y con cada eyaculación un escalofrío casi eléctrico recorría todo mi cuerpo. Cuando acabé, me tumbé sobre él abrazándolo. Mi pecho jadeante sobre su espalda peluda y cubierta de mi semen. -“Gracias”- susurré. -“Ahora te toca a ti”. Me di la vuelta y me tumbé sobre la cama. El me abrazó y nos besamos. -“Ahora me gustaría follarte a ti”- dijo. -“Por favor, hazlo, quiero que lo hagas”. Se incorporó y se puso a mi lado. Volvió a besarme los pezones. Después del orgasmo, los tenía muy sensibles, reaccionaron y se pusieron duros al roce de su lengua. Al mismo tiempo, un calambre sacudió mi verga. El siguió lamiendo mi pecho, que mostraba rastros de la leche que había quedado pegada de su espalda. Se colocó de rodillas delante de mí y se puso el condón. Su verga estaba dura como una piedra. Levanté las piernas y las apoyé sobre sus hombros. Alcé las caderas para abrirle el camino hacia mi entrada. -“Ten cuidado, por favor”, supliqué. “Nunca me han follado con una polla tan gruesa”. -“No temas, lo haré con delicadeza”. Tomó el bote de lubricante y se lo echó en la mano. Lo extendió por su verga y con los dedos empezó a lubricarme el agujero. Introdujo primero un dedo, luego dos, para extender el líquido por el interior. Entonces me sujetó por los muslos y colocó su glande sobre mi agujero. Yo lo sentía duro y palpitante. Relajé los músculos y noté como entraba ligeramente. Se mantuvo ahí, inmóvil, unos instantes. Aproveché para acariciarle los pezones. -“Qué hermoso eres”- le dije. -“Gracias, tú me gustaste desde que te vi en el vagón”. Presionó un poco más y noté su verga entrando ligeramente. Entonces, de un golpe, me la clavó hasta el fondo. No pude evitar lanzar un grito de dolor, que se convirtió al instante en un gemido de placer. Cuando su polla entró dentro de mí, mi verga soltó otro borbotón de semen. No fue realmente un nuevo orgasmo, sino restos del anterior. El empezó a embestir mi culo con fuerza. Yo notaba su polla salir casi completamente para luego clavarse más y más hondo. Sus jadeos se mezclaban con el golpeteo de sus huevos contra mis nalgas. Se inclinó hacia adelante y se apoyó sobre la cama. Así su verga podía entrar más profundamente todavía. El placer era indescriptible. Mi propia polla saltaba con cada embestida y empezó a erguirse de nuevo. Me había corrido hacía cinco minutos y estaba de nuevo con la polla tiesa. Nunca me habían follado así. La visión de aquel macho maduro, fuerte, varonil, excitaba todos mis sentidos. Hundí mis manos en el vello de su pecho, enredando mis dedos en los pelos largos y suaves, acariciando sus pezones. Eso le hacía gemir de placer y aceleraba el ritmo de sus embestidas. Mi excitación iba en aumento, hasta que mi polla volvió a estallar con otro chorretón de leche. Al tiempo, mi esfínter se cerraba sobre su verga. Esto le excitaba aún más. -“Eso es, cabrón, córrete otra vez para mí. Dame toda tu leche”- gruñía él. Entonces fue haciendo más lento el ritmo, más calmo, hasta detenerse. Yo notaba su verga dura y palpitante dentro de mí, y sabía que aún no había acabado. -“Tengo que descansar. No quiero acabar demasiado pronto”- dijo, jadeante. “Aún me tienes que dar más leche”. -“Tú también me tienes que dar tu leche de macho. Quiero que vacíes tus pelotas sobre mí”- respondí. Mi verga no perdía rigidez y se erguía palpitante. El comenzó de nuevo a moverse y a follarme, cada vez más rápido. Yo notaba su polla taladrarme, gruesa y dura. -“Echame tu leche sobre mi pecho”- le dije. -“La quieres?”. -“¡Sí! ¡Dame tu leche! ¡Quiero sentirla bien caliente!”. -“¡Prepárate, pues!”- gritó él. Sacó su verga y se quitó el condón. Un inmenso chorro de leche brotó y me salpicó hasta la cara. A ése siguieron 4 ó 5 chorros más, que me dejaron el pecho inundado de semen. El gruñía como un oso mientras se sacudía la polla para extraer las últimas gotas. Se recostó sobre mí y empezó a besarme la cara y a lamer los restos de su corrida. -“Tendremos que ducharnos. ¿Vienes?”- invitó. -“Sí, vamos a la ducha. Estamos llenos de leche”. -“Me gustaría que te quedaras a dormir esta noche”. -“Gracias. Será un placer”- acepté. Y nos dirigimos al baño para tomar una ducha. Si les ha gustado, les contaré cómo fue la ducha y la noche que pasamos juntos.

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La playa solitaria

Me habían dicho que aquella playa era tranquila y solitaria. Ciertamente, por la dificultad del acceso, tras un par de kilómetros de recorrido a pie por un camino que pasaba por los acantilados que la rodeaban, suponía que no habría mucha gente.Cuando llegué, me sobrecogió la belleza del paisaje. La playa era una cala rodeada de acantilados escarpados salpicados de verde. La arena, de

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